Humanillo
Prólogos para el libro humanillo, 2010.
Hace algún tiempo desarrollé una interesante conversación con una especie de operador cultural neoyorquino, mezcla de curador y representante, acerca de las posibilidades que tienen las imágenes originadas en el mundo de la historieta, para competir con lo que habitualmente encontramos en estos selectos templetes laicos llamados “galerías”, dónde pinturas, esculturas, instalaciones y perfomances conviven sin problema alguno. Pero sabemos que hay una excepción. Cuando alguien intenta auspiciar una muestra de este tipo de manifestaciones, que ellos denominan “comic”, surgen las primeras airadas objeciones del resto del conventillo. El letal argumento esgrimido es casi siempre el mismo: eso no es arte. Algunos advirtieron prontamente la falta de espacios apropiados para estos materiales -que también son un negocio aunque más modesto- y surgieron, tanto en Europa como en USA, las “galerías de imágenes” como forma de saldar provisoriamente el conflicto, aunque dejando en suspenso la discusión teórica de fondo. Es decir, si estas cosillas son o no, arte. De alguna manera se institucionalizaba el gheto.
Las experiencias previas de pícaros avezados como Roy Lichtenstein y de alguna manera Warhol, no pueden tenerse en cuenta, ya que son visiones posmodernas, casi burlas o parodias del género. Yo hablaba con este hombre de exponer auténticos cuadros de historieta, en tamaños gigantes, para poder apreciar la potencia de este soporte que ha generado tal cantidad de imágenes y estilos (después de todo ya no es tan joven el formato, lleva más de 100 años en este mundo) como las que podemos encontrar impresas en cualquier historia del arte, sin hablar de las posibili- dades argumentales, literarias, poéticas o filosóficas.
La obra que aquí presenta Jorge Quien nos remite a esa discusión irresoluta que tanto nos pre-ocupa, y que para mayor desconcierto de lo puristas, tanto de un lado como de otro, envuelve su trabajo en un manto de ambigiledad estilística, donde furtivos intercambios casi clandestinos se llevan a cabo todo el tiempo delante de nuestras narices, con bastante y afortunado desprejuicio.
Se puede advertir en estas páginas la inevitable lucha por desplegar en paneles el transcurso de historias e ideas, tal como le pasó a Giotto, a Paolo Uccello o a Picasso, cuando comenzaron a desarrollar en secuencias, en series, un argumento estético determinado que pugna por alcanzar su resolución.
Es probable que cuando a Jorge lo sorprenda la madurez como autor (yo comencé a dibujar historietas a los cuaren- ta) el conflicto de marras se haya solucionado y este trabajo tenga su lugar entre los libros de arte, o de historieta, que tienen exactamente las mismas posibilidades de trascendencia.
Existen muchas maneras de concebir un cómic, la mayoría de ellas ligadas al modo de contar una historia. Pero ¿qué entendemos por contar una historia? Acostumbrados como.estamos a que los relatos se desplieguen de una determinada manera, pasamos por alto el hecho de que existen tantas posibilidades alternativas que cuando las vemos nos sorprendemos (u ofuscamos). El trabajo de Jorge Quien explora justamente esos caminos alternativos en un medio que, dentro de aquellos que definimos como masivos, ya ha demostrado sus amplias posibilidades. Lo interesante (e intrigante) de su trabajo es el modo como tensiona aquello que conocemos hacia lugares donde habitualmente no nos conectamos con el mundo de la historieta.
Desde el discurso científico hasta el universo de lo privado, las ficciones (y no ficciones) de Quien son un camino apenas hollado, y es una verdadera gratificación que alguien con su particular estilo gráfico nos guíe por estas sendas. Quizás el hecho de haber tomado el cómic desde una perspectiva no-profesional, como un camino paralelo a otras actividades ligadas a las artes visuales y la docencia, haya hecho que su trabajo no se viera impelido por necesidades ajenas a aquellas que definen su propio interés. La capacidad de experimentar con los ritmos, con los rasgos gráficos, con la estructura narrativa, con las relaciones entre las palabras y las imágenes, con las propias posibilidades del medio, en definitiva, convierten estos trabajos en un pequeño agujero por donde entra algo de aire.
Ese aire al que me refiero no es sólo una metáfora para definir lo nuevo. Sirve para pensar el cómic como una vejiga que contiene apenas lo necesario para sobrevivir, en una lógica indefectiblemente ligada a su comercialización. Pero ya sabemos qué pasa con los productos destinados al consumo masivo en la cultura, ya hemos visto como esta lógica ha expulsado hacia el mercado algunas de las más deleznables demostraciones de mediocridad (particularmente en el cine). La cuestión pareciera resolverse, tal como lo veo en el trabajo de Jorge, abriéndose a la honestidad, a la voluntad de experimentar, a la persistencia independiente, al espíritu de reflexión y al rechazo sistemático a encuadrarse en los dictámenes del mercado [mercado que, al menos en Chile, no existe para los cómics, pero que muy frecuentemente se instala como un discurso imaginario que contamina las conciencias y la creatividad… el mercado no es una realidad, es una ideología].
Las elecciones de Jorge Quien, desde las experiencias de Gagarin (en órbita como el autor), hasta la exploración del cómic autobiográfico al modo de revisión azarosa de un álbum familiar, la construcción de microsituaciones o los catálogos lingilísticos y gráficos, demuestran que más allá de una cierta diversidad existe la necesidad. Pocos artistas en el mundo del cómic chileno (y hay algunos notables) realizan sus obras impulsados verdaderamente por la necesidad. Porque esa necesidad implica persistencia sin ánimo de lucro. De todos modos no quiero que se me malentienda. Todavía existe una errónea -¿romántica?- idea de que el artista debe ser alguien que requiere de muy poco para vivir. El artista pobre, exaltado por algunos discursos que quieren anclarlo a la innecesidad social del arte, que de modo contradictorio reconoce su triunfo en el imaginario de las gentes, es inviable para el arte. El hecho de que pocos artistas puedan dedicarse a su arte, teniendo que diversificar su quehacer en otras actividades, no quita esa necesidad fundamental de realización, sólo nos habla de un desamparo… Pero no son estas líneas para reivindi- caciones. Lo fundamental es anotar que el motor de todo arte (la necesidad del artista) es completamente indepen- diente de las necesidades del mercado (no confundir con las necesidades de los consumidores).
Por todo esto la obra de Jorge Quien es aire llegado desde un subterráneo, hallado como un pequeño tesoro que yacía en la oscuridad del “espacio”. Ojalá tengamos la oportunidad de encontrar más, porque poco de lo que vale la pena ver ha sido visto