Space Opera
Texto para el catálogo de Galería H10, 2008.

Una instalación de arte contemporáneo, pero también una mini juguetería frente a la cual niños y adultos se quedaban largos minutos. Unas semanas después, rumbo a mi clase de Gráfica en la universidad Arcis, pasé frente a la galería y noté que faltaban algunos de los muñecos. Le escribí inmediatamente a Pedro Sepúlveda.
Y Pedro me devolvió un correo electrónico con el asunto: CHUTA!
Jorge:
“Estamos absolutamente sorprendidos, efectiva
mente faltan figuras, pero todo está con llave y no
se ven forzamientos de la puerta, Mala onda, es
como si se hubieran esfumado o teletransportado.
Sólo tenemos una copia de la llave. Lo lamentamos
mucho por tu cuidado montaje. Te mando una foto
en baja para que veas las piezas que faltan.
Hablamos en Arcis.”
Saludos
Pedro
En H10 siempre había tránsito de choferes (recordemos que la galería funcionaba en una vitrina que Pedro y Vanessa Vásquez alquilaban mensualmente a una oficina de taxis-colectivos). Pero el acceso a la vitrina era por una puertita trasera que permanecía cerrada con candado durante las exposiciones. Y existía una sola llave que estaba en poder de los galeristas. Y, como decíamos, el candado no había sido forzado. Entonces ¿qué ocurrió?, ¿un experto “manos de terciopelo” o… teletransportación? Y si alguien había logrado abrir el candado ¿porqué no se llevó más juguetes? Todavía quedaban varios muñequitos, igual o más valiosos que los desaparecidos.
Mientras intentábamos resolver el enigma, yo pensaba cómo darle continuidad a la cuestión ¡quedaba más de un mes de exposición!
Pasó una semana y cuando volví a la galería descubrí con horror que faltaban más muñecos. No se puede creer -me dije- y decidí cancelar la muestra. Estaba por desmontar cuando entró a la oficina uno de los choferes y me preguntó ¿tan pronto se termina, amigo? Sí -respondí secamente- alguien me está robando los juguetes, pero no entiendo como lo hace, la puerta no ha sido forzada de ninguna manera…
Mire -me dijo- y metiendo la punta de los dedos entre la puerta y su marco, dobló hacia fuera la esquina inferior de la puertita de madera que cedió elásticamente ¡lo suficiente como para meter un brazo hasta el codo! El candado, ul do mucho más arriba, seguía allí intacto. La puerta se habría y sin embargo continuaba cerrada. Son unos malandras -dijo- y se fue dejándome con la boca abierta.
Entonces calculé el radio de acción que tendría una tercera incursión de “manos de terciopelo” y rearticulé la instalación para que nada quedara a su alcance. Las paredes, con los cuadros de Brueghel, 2001 y el Sr. Spock, quedaron tal como estaban. Retiré los muñecos que quedaban y en su lugar instalé una foto de algunos miembros de la tripulación del Enterprise, teletransportándose ¡como sólo ellos saben hacerlo,
Aquel invierno de 2008 sucedió -a pesar mío- lo que muy de vez en cuando sucede con el arte contemporáneo: la irrupción de lo extraordinario. Un estado de cosas que -según la Patafísica- implica “el estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones”. Así no más, en ese tiempo patafísico unos muñequitos articulados decidieron abandonar una pequeña galería de arte en Valparaíso ¡y con toda razón! Pues ¿qué importancia pueden tener el arte o los artistas cuando puedes teletransportarte a otra dimensión, donde “la regla es lo extraordinario y eso explica y justifica la existencia de la anormalidad”?
Jorge Opazo